Saúl Ibargoyen (Uruguay, 1930)
Inéditos
El cantante negro
(Para Fela, cantor popular de Nigeria, in memoriam)
“Llevo la muerte
en mis bolsillos”
dijo el cantante
negro.
¿Quién
podrá matarme? ¿Con qué pistolas
con qué cuchilladas
o bombas?
Porque ellos no
tienen la música
que es el arma
que nos escuchará
en los tiempos del nuevo futuro
cuando nuestras
muertas orejas bien comidas ya
por buitres ratas
zopilotes arañas
no pueden oir
ni el último
eructo de la última molécula
de la masa desquiciada
que tuvimos puesta
como un sombrero
de pelos y neuronas
en la punta más
alta de la cabeza.
No pregunten ahora
quiénes son ellos:
ahora que la muerte
está sacando
más criaturas de baba y de lumbre
de la panza de mi
guitarra”
dijo así
el necio
cantante negro.
“Respóndanse
para cada uno de ustedes o vosotros:
quién es
cada uno de ti
de ella de él
de vos
de cadas todos.
Levántense
de su tiniebla de
sus pedazos fecales
de las resequísimas
tiras del ombligo
de las faldas desnudadas
de la memoria reprimida
de aquellos límpidos
calzones martirizados
del omóplato
sin descanso
de los paladares
atrapados
de los pulmones
calcinándose”
dijo con su voz
de otras canciones
el cantante negro.
“No sean ustedes
o vosotros
no seamos yo
los enemigos de
cada quien que anda por la Tierra
fabricando un solo
cántico
con una sola nota
y una sílaba
sola”
dijo
el casi acosado
cantante negro.
“Yo no estoy ni
adentro ni afuera de mis nombres:
no hay sitio en
mí para la muerte.
Mi cuerpo es
una casa de humo
donde todos sabrosamente
comen
y lejanos de sí
duermen
y lavan su lengua
con los jabones
de este día
y cuelgan sus sábanas
encima de un silencio
de rosas amarillas.
Yo soy el cantante
en mí
porque hay voces
de otros
que me enseñan
a escucharme
con oído
profundo
sin sebo y sin cartílago”
dijo fatigándose
el perseguido
cantante negro.
“Tengo manchas de
muerte creciéndome
en los abajos de
las uñas
entre las piernas
fecundantes y magras
en medio de los
dos dolidos pétalos
de un trabajado
corazón
adentro de los gritos
gemidores
que salieron en
estos años de tanto respirarme
sin olvidar de nacer”
dijo el cantante
negro
al mirar su sudor
fermentando
en el pozo destruido
de un espejo.
“Tampoco ahora pregunten
quiénes son ellos.
Ahora que la muerte
se ha puesto
sus harapos rojos:
ahora que golpea
con ruidos de espuma marina
sus huesos de fiesta:
ahora que la casa
de muchos se va de mi cuerpo
como los días
de papel se marchitan
en su propio almanaque.
Respondan aquellos
y estos todos otros que escuchan
lo que este cantador
está cantando:
no una canción
ni un rezo
ni un trozo de algo
entre dos letras:
la voz solamente
la voz
porque cantar es
oir y deshablar y silenciarse”
dijo así
al beber de sus
incontables voces ensangrentándose
el cantante negro.
“Porque no existe
frontera alguna o ninguna marca
entre el dolor de
las jóvenes tetas arrancadas
y la sombra de la
mano del juez que confirma la sentencia.
No hay distancia
entre los párpados reventados
y el mandato de
cumplir las órdenes no escritas.
No hay lindes ni
límites entre los pies quebrantados
y la babosa verbalidad
de los señores
holgándose
en el poder y en la podredumbre”
dijo
desde sus encías
masacradas el igual
cantante negro.
“¿Quién
podrá matarme
si una sílaba
sola
si una incendiada
bandera
si una mínima
melodía
si una sola gota
de blanca o morena
mujer
son la respuesta
para que los vientos
y las aguas y los
fuegos
de la Tierra no
puedan descansar?”
dijo o quiso decir
metido de una vez
con su guitarra
en los atentos bolsillos
de la muerte
el mismo
cantante negro.
Un no sueño
Esto no es un sueño:
las palabras saben
que esto no es un
sueño.
Porque soñarse
no es apalabrarse.
Porque la tinta
del sueño
se prepara con punzantes
sudores y desenterradas lágrimas.
Porque un sueño
es el comienzo de algo
que en nosotros
ha sido contemplado
a través de un líquido vivo
donde cada imagen
futura
tuviera su origen
de sangre y de sal.
Porque las palabras
no caben en el sueño
no es ése
su sitio
de hablar: no cantan
no explican no tienen silencio
ni gritos ni dolor.
Esto no es ningún sueño:
es lo que miramos
bajo las leyes de
una luz carnal.
Y un mal sabor de
ojos nos quema
las interiores membranas
de los párpados.
Y la persona o el
hombre al soñarse no comprende
que debe salir con
violencia
de las húmedas
burbujas
donde todo es mudo
como un pájaro
que jamás
podrá nacer.
Y los ojos los iguales
ojos que repiten
sus palpitaciones
a cada lado de una frontera
sin aroma y sin
color
se buscan para verse
para tocarse entre
imágenes ciegas:
Antes que las palabras
escriban:
esto no es un sueño.
Antes que las palabras:
nada más.
Saúl Ibargoyen
nació en Montevideo, Uruguay, en 1930. Radica desde hace muchos
años en México. Es poeta, narrador, periodista y traductor.
Ha publicado más de 50 libros, incluyendo antologías de la
poesía latinoamericana, en colaboración con el escritor argentino
Jorge Boccanera. En su obra destacan Palabra por palabra (Antología
poética); Cuento a cuento (relatos completos); Soñar la muerte;
La sangre interminable y Noche de espadas (Novelas); Habana 3000; Poeta
poeta; Exilios; Fantoche; Basura y más poemas; Amor de todos; El
llamado; Poeta en México City; Versos de poco amor, entre otros.
Ha traducido a numerosos escritores portugueses, brasileros y franceses.
Es editor de la Revista Mexicana de Literatura contemporánea. Se
ha desempeñado también como coordinador de talleres literarios.